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sábado, octubre 22, 2005

¡Playball!

Como me encanta el Otoño. Es la estación que me resulta más placentera, más poética, más inspiradora.

Claro...también tiene sus banalidades.

Ahí tienen que hoy empezó la Serie Mundial del beisbol. El éxtasis, queridísimos lectores. El haberme convertido en un libre contemplador de la vida en un momento dado me ha permitido hallar el placer en el disfrute televisivo del rey de los deportes.

Mis porras y alientos siempre han estado depositados en los Bravos de Atlanta, pero oh sorpresa, fueron batidos en un catártico juego de 18 entradas contra los Astros de Houston. "Ya que", me dije. Cuando supe que ellos llegaron a la Serie contra los malditos Medias Blancas de Chicago, no pude hacer otra cosa más que sonreir. Buenos partidos se dejaban venir.

Es interesante esta serie, sobretodo, por la diferencia existente entre ambos equipos. Los Medias Blancas, por ejemplo, son el penúltimo equipo en la MLB con una maldición encima. Ya ven como son estos gringos. Los Medias Blancas no ganan una Serie Mundial desde 1917, pero las cosas se pusieron macabras en 1919, cuando un grupo de peloteros que en adelante serían conocidos como "Los Medias Negras" regalaron la Serie. Los peloteros fueron descubiertos y suspendidos, y desde entonces los Medias Blancas no ganan en Serie Mundial.

Por su lado, los Astros de Houston representan a la juventud en la MLB. Creada en 1970, esta franquicia se ha distinguido por revolucionar en muchos sentidos a la industria del beisbol, al jugar en el primer estadio techado del mundo, y al hacer adecuaciones en los uniformes, haciéndolos más dinámicos y vistosos en la campaña del '98. Recientemente reforzados por los pitchers estrella de los Yankees de Nueva York, Rogers Clemens y Andy Petite, los Astros se han convertido en una seria amenaza para las aspiraciones de los Medias Blancas por alcanzar el título. Con ellos además está de lado de la estadística: en los tres últimos años, el ganador de la Serie Mundial llegó de último minuto, de comodín, tal y como sucedió este año con los Astros.

Yo en lo personal he decidido echarle porras a los Astros...así como disfruto escuchar la frustración que sienten los seguidores del Atlas que tienen 45 años sin ganar un título del futbol mexicano, estaría interesante escuchar, al menos por un rato más, que los Medias Blancas (junto con el otro equipo de Chicago, los Cachorros, que no ganan desde 1908) siguen rumiando su ya merito centenaria maldición.

Pero bueh, ya me abollaron las porras. Con un pitcheo efectivo y una ofensiva que reventó a los abridores de los Astros, Clemens y Rodríguez, los Medias Blancas ya se alzaron con la victoria en el primer juego de la Serie. Ya nos repondremos...no podría soportar la carrilla de mi padre por mucho tiempo (que le va, por esta ocasión, a los Medias Blancas). ¡Verde!

martes, octubre 18, 2005

El maestro Chemita

Decepcionar gente se me da muy bien (ya ven...esos extraños dones que uno posee). Muy frecuentemente lo hago en el plano personal y sentimental, y aunque me cause eso conflictos, por lo general logro reivindicarme. Pero hay un tipo de decepción con el cual simplemente no puedo...uno que me hiere bien hondo: el académico. Decepcionar a un maestro, sobretodo a uno de esos que te tienen en alta estima, es algo que me pone mal. Y bueh, para no ir en contra del surrealismo que hoy en día me toco vivir, hoy pasó...decepcioné a un maestro.

Resulta que he estado faltando mucho a la UPN (escuela que infesto de lunes a viernes por las mañanas). La razón: apatía generalizada. No sé, quizás estoy atravesando por un episodio depresivo o algo así ("...o andas mamón", dirán los que saben), el caso es que le estoy perdiendo el sabor a eso de ir a la UPN. Ya no me motiva. Estoy en clases y me enfado, me peleo con los maestros, me vuelvo poco tolerante a las opiniones de los demás...en fin, todo lo que tenga que ver con la apatía escolar.

El asunto en general no me preocupaba, a final de cuentas, considero a todos mis maestros unos soberanos pendejos, y eso me brinda una tranquilidad incomparable. No he llegado a formar el más mínimo respeto ni por ellos ni por los contenidos de sus clases. A quien siempre he temido decepcionar u ofender, a quien siempre le he tenido un gran respeto, es al director de la UPN, el buen maestro Chemita.

El maestro Chemita, filósofo inteligentísimo, es compañero y viejo amigo de mi padre, pues ambos se desarrollan en el campo de la investigación educativa. Cuando Chemita supo que el vástago del profe Arturo estaría infestando las aulas de la institución que dirige, se puso muy contento. Me recibió muy bien y depositó su confianza en mi. No puedo decir que seamos amigos el maestro Chemita y yo, pero existe una relación muy cordial entre nosotros. Es por eso que lo respeto mucho. Es por eso que siempre he temido decepcionarlo.

Ahora que empecé a faltar y a saltarme clases y todo eso, lo único que me preocupaba era que el maestro Chemita se fuera a dar cuenta de esa situación, no tanto por que se lo fuera a decir a mi padre, sino por el tremendo quemadón que mi persona sufriría ante él. Empezaba a pensar que me iba a salir con la mía, que el maestro no se habría enterado, hasta hoy al mediodía.

Hoy no fui a la UPN, y por lo tanto llegué dos horas antes de clase a la Facultad. Iba caminando rumbo al jardín para tirarme a leer un rato, cuando en eso escucho una voz pausada llamarme. Era, obviamente, el maestro Chemita. Se me había olvidado que también trabaja en la Facultad, y que en el pasado ya me lo había encontrado por ahí. Di la vuelta y lo vi de frente. Sonriendo él se dirigió a mi y me dijo -"No te he visto por la Unidad, Arturo...siempre que pregunto por ti me dicen que no fuiste o que ya te has retirado, ¿luego que pasó?". Traté de matizar un poco la situación bromeando al decir que el problema era que él casi no iba en los horarios en los que yo suelo estar, pero no. -"Me preocupa no verte Arturo. Sé que está bajando tu rendimiento". Y de nueva cuenta ahí voy yo, diciéndole que eran problemas menores, que ya me iba a poner al tiro, cosas de esas. -"Ojalá Arturo, ojalá. No quedes mal". Y se fue.

Una vez que nos separamos lo suficiente, me senté en el suelo. Tenía en la cara esa sonrisilla que quería infundir confianza pero que lo único que comunicaba era...no sé...ineptitud, podríamos decir. Recordaba como estaba él ante mi, mirándome preocupado, decepcionado. Me sentía muy mal. Pensaba que era como haber decepcionado a mi padre. Prendí un cigarrillo todo tembloroso...y ahí mismo me puse a llorar.

Mucho rato.